Nuestros padres han vivido una
época diferente a la que nos toca. Ciertas ideas políticas, vendidas como
verdades económicas, nos han llevado a un cambio en la concepción de las
relaciones laborales y de lo que es trabajo.
El modelo que hemos conocido y
para el que los estudios universitarios tradicionales están enfocados, tenían
como objetivo que la persona que empezaba a trabajar en una empresa, lo iba a
hacer en ella toda la vida. La empresa significaba mucho más que un trabajo. La
empresa era un modo de vida, un conjunto de valores y relaciones personales y
sobre todo, un conjunto de tareas que daban sentido a la vida. Las personas se
definían por su trabajo: “Soy arquitecto”, “soy empleado de banca”, “soy
albañil”.
Sin embargo, la realidad presente
dista mucho de la de nuestros padres. Ninguno de nosotros vamos a estar toda la
vida laboral en la misma empresa. Si tienes menos de 35 años, lo más probable
es que hayas pasado por varias empresas. Los contratos y los sistemas legales y
de planificación social promueven el cambio y la movilidad. Los ideólogos del
Management – término inglés con el que se denomina la teoría y práctica de la
dirección de empresas – nos han querido hacer creer que era lo mejor, que era
bueno, y que así lograríamos mayores índices de productividad. Dichos ideólogos
han vinculado productividad con bienestar, mostrando un desconocimiento
profundo de la psicología humana. Para ellos, estamos programados para
triunfar. Se nos vende la necesidad de realizarnos a través de la actividad
laboral, de reinventarnos cada día, de gestionar nuestras relaciones personales
para lograr nuestros objetivos, y nos invitan, con discursos eficaces, a
convertirnos en líderes y en triunfadores tanto en la vida laboral como en la
personal. Vivimos en una cultura de lo inmediato, y los trabajadores están
obligados a ejercer su función con una urgencia permanente para aumentar su
eficacia. Hoy los trabajadores se enfrentan cada vez más a la angustia, a la
impotencia que surge de la inestabilidad permanente y a que la crisis se haya
convertido en la coartada perfecta para justificar las decisiones equivocadas,
contradictorias y sin fundamento de las empresas y los gobiernos.
Pero intentemos poner un poco de
orden. ¿Qué entendemos por triunfo? Si nos paramos a preguntar a 20 personas,
obtendremos igual número de definiciones, todas ellas diferentes. Lo que para
nosotros es el éxito o la excelencia, no tiene por qué coincidir con lo que es
para un actor de televisión, un periodista o un albañil oficial de primera. Y
es así porque no estamos programados para triunfar. Estamos programados para
sobrevivir, evitar el dolor, el hambre y el frío y acercarnos al placer. No
todos estamos hechos para ser líderes y dirigir grandes equipos. “Guardiolas” o
“Mourinhos” hay pocos. Una primera reflexión: el éxito es diferente para cada
uno. Por tanto, valorarlo depende del guión que hemos escrito para la película
de nuestra vida.
Una segunda reflexión es si
existen “recetas” útiles para todo el mundo, cuando desde el punto de vista
existencial cada uno tenemos una historia única y específica. Es decir, si yo
tomo un libro de autoayuda, ¿las recetas ahí expuestas nos servirán a nosotros
como a su autor? Los autores de “El
gorila invisible” nos alertan sobre la falta de datos que confirmen la
viabilidad de muchas de las estrategias de dirección de empresas así como de
autoayuda. Lo más que encuentran es correlación, pero también correlacionan
otras cosas tan absurdas como las cigüeñas y los nacimientos. Y, sinceramente,
tener la capacidad de despedir a los empleados sin que le cueste a la empresa
no es ningún avance. No es necesario una carrera universitaria para ello. Basta
con mirar la historia de la revolución industrial.
Dado que no podemos dejar en manos
de las empresas actuales nuestro futuro y que el camino del trabajo pasa por el
autoempleo, debemos asentar las bases de un proyecto de vida. Esto supone que
cada uno tiene la responsabilidad de motivarse, de formarse y de su propia
jubilación.
Es necesario desarrollar mentalidad de autónomos, estemos en la empresa en la que estemos. Y responsabilizarnos de nuestras propias vidas. Confiar en la empresa, en sus valores (solo tiene uno: dar valor a los accionistas y especialmente a los consejeros de administración que son los que más cobran) es un riesgo que no nos podemos permitir. No podemos abandonar nuestro crecimiento personal. De él va a depender nuestro futuro. O construimos cada uno nuestro sueño, o nos despertarán amargamente.
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