jueves, 24 de enero de 2013

LA EVOLUCIÓN DEL TRABAJO


          Nuestros padres han vivido una época diferente a la que nos toca. Ciertas ideas políticas, vendidas como verdades económicas, nos han llevado a un cambio en la concepción de las relaciones laborales y de lo que es trabajo.

           El modelo que hemos conocido y para el que los estudios universitarios tradicionales están enfocados, tenían como objetivo que la persona que empezaba a trabajar en una empresa, lo iba a hacer en ella toda la vida. La empresa significaba mucho más que un trabajo. La empresa era un modo de vida, un conjunto de valores y relaciones personales y sobre todo, un conjunto de tareas que daban sentido a la vida. Las personas se definían por su trabajo: “Soy arquitecto”, “soy empleado de banca”, “soy albañil”.

            Sin embargo, la realidad presente dista mucho de la de nuestros padres. Ninguno de nosotros vamos a estar toda la vida laboral en la misma empresa. Si tienes menos de 35 años, lo más probable es que hayas pasado por varias empresas. Los contratos y los sistemas legales y de planificación social promueven el cambio y la movilidad. Los ideólogos del Management – término inglés con el que se denomina la teoría y práctica de la dirección de empresas – nos han querido hacer creer que era lo mejor, que era bueno, y que así lograríamos mayores índices de productividad. Dichos ideólogos han vinculado productividad con bienestar, mostrando un desconocimiento profundo de la psicología humana. Para ellos, estamos programados para triunfar. Se nos vende la necesidad de realizarnos a través de la actividad laboral, de reinventarnos cada día, de gestionar nuestras relaciones personales para lograr nuestros objetivos, y nos invitan, con discursos eficaces, a convertirnos en líderes y en triunfadores tanto en la vida laboral como en la personal. Vivimos en una cultura de lo inmediato, y los trabajadores están obligados a ejercer su función con una urgencia permanente para aumentar su eficacia. Hoy los trabajadores se enfrentan cada vez más a la angustia, a la impotencia que surge de la inestabilidad permanente y a que la crisis se haya convertido en la coartada perfecta para justificar las decisiones equivocadas, contradictorias y sin fundamento de las empresas y los gobiernos.

          Pero intentemos poner un poco de orden. ¿Qué entendemos por triunfo? Si nos paramos a preguntar a 20 personas, obtendremos igual número de definiciones, todas ellas diferentes. Lo que para nosotros es el éxito o la excelencia, no tiene por qué coincidir con lo que es para un actor de televisión, un periodista o un albañil oficial de primera. Y es así porque no estamos programados para triunfar. Estamos programados para sobrevivir, evitar el dolor, el hambre y el frío y acercarnos al placer. No todos estamos hechos para ser líderes y dirigir grandes equipos. “Guardiolas” o “Mourinhos” hay pocos. Una primera reflexión: el éxito es diferente para cada uno. Por tanto, valorarlo depende del guión que hemos escrito para la película de nuestra vida.

          Una segunda reflexión es si existen “recetas” útiles para todo el mundo, cuando desde el punto de vista existencial cada uno tenemos una historia única y específica. Es decir, si yo tomo un libro de autoayuda, ¿las recetas ahí expuestas nos servirán a nosotros como a su autor? Los autores de “El gorila invisible” nos alertan sobre la falta de datos que confirmen la viabilidad de muchas de las estrategias de dirección de empresas así como de autoayuda. Lo más que encuentran es correlación, pero también correlacionan otras cosas tan absurdas como las cigüeñas y los nacimientos. Y, sinceramente, tener la capacidad de despedir a los empleados sin que le cueste a la empresa no es ningún avance. No es necesario una carrera universitaria para ello. Basta con mirar la historia de la revolución industrial.

            Dado que no podemos dejar en manos de las empresas actuales nuestro futuro y que el camino del trabajo pasa por el autoempleo, debemos asentar las bases de un proyecto de vida. Esto supone que cada uno tiene la responsabilidad de motivarse, de formarse y de su propia jubilación.

           Es necesario desarrollar mentalidad de autónomos, estemos en la empresa en la que estemos. Y responsabilizarnos de nuestras propias vidas. Confiar en la empresa, en sus valores (solo tiene uno: dar valor a los accionistas y especialmente a los consejeros de administración que son los que más cobran) es un riesgo que no nos podemos permitir. No podemos abandonar nuestro crecimiento personal. De él va a depender nuestro futuro. O construimos cada uno nuestro sueño, o nos despertarán amargamente.

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