jueves, 31 de enero de 2013

PARA TODA LA VIDA.


“El hombre bueno será siempre un principiante”.
Marco Aurelio.

        En Psicología y en Coaching se habla mucho del inconsciente. Y desgraciadamente es un término que no se aclara y que da lugar a malentendidos, una especie de cajón desastre, una denominación bajo la cual metemos lo que sea dado que no se puede demostrar o investigar, y un argumento utilizado por los que, jugando con la salud de las personas y su buena voluntad, hacen negocio y dinero.

         Que el inconsciente existe es algo que no podemos dudar. Nuestros sentidos reciben y envían a nuestro cerebro aproximadamente once millones de unidades de información por segundo y nuestra consciencia tramita unas cuarenta. De hecho, nuestra memoria de trabajo a corto plazo ha sido definida como “el maravilloso número 7 más menos 2” por la dificultad que tenemos las personas de recordar series de letras o números mayores a 9 cifras, y el siete la media en la ejecución de tareas de este tipo. Que a nivel motor – nuestros movimientos -, lingüístico y sensorial la mayoría de los procesos son inconscientes es un hecho. Pero, ¿cómo podemos definir el inconsciente?

        El inconsciente agrupa todos aquellos procesos mentales que son inaccesibles a nuestra conciencia pero que influyen en nuestros juicios, pensamientos, sentimientos y conductas. Sus funciones principales son detectar patrones en el medio en que vivimos, actuar de filtro sobre aquello que captan nuestros sentidos, interpreta el comportamiento de otros, evalúa mediante las emociones el medio y a los demás, y puede tener objetivos diferentes a los que conscientemente afirmamos tener. Aquí cabe preguntar cómo el inconsciente decide qué información selecciona, cómo interpreta y evalúa y qué objetivos nos van a poner en marcha. Algunas teorías afirman que el inconsciente decide según el grado de exactitud de la información para representar el medio. Otras hablan de la accesibilidad – se quedaría con la información “más a mano” –, también tenemos las teorías de Freud, con las derivaciones que ha hecho la Gestalt. Nosotros pensamos que el sistema consciente – inconsciente es el fundamento del sistema inmunológico mental: nuestro deseo de sentirnos bien es universal y lo que nos hace sentirnos bien depende de nuestra educación y cultura. El deseo no está en nuestra cabeza constantemente, pero sí aquello que lo satisface.

        Para aclarar un poquito más qué es el inconsciente, lo vamos a comparar con la conciencia. Los procesos no concientes dependen de múltiples módulos mentales, detecta patrones automáticamente, trabaja con información del “aquí y ahora”, es automático (es decir, es rápido, inintencionado, incontrolable y no requiere esfuerzo), es rígido (difícil de cambiar), es precoz y es sensible a la información negativa. La conciencia es un solo proceso, no detecta patrones sino que analiza elemento a elemento, se encarga de la planificación o de conectar con el pasado, es controlable, aparece lentamente en la infancia y es sensible a la información positiva.

       De todo lo anterior se deduce que si queremos mantener nuestro sistema  inmunológico mental tenemos que aprender, como si cada día fuésemos principiantes, a saber quienes somos, saber por qué actuamos como actuamos, por qué sentimos actualmente una serie de emociones y cómo nos sentiremos en el futuro, y con toda esta información, narrarnos a nosotros mismos las historias de nuestras vidas, ponerlas en contexto y valorarlas de forma que el bienestar psicológico se mantenga.

          Sin embargo, a veces podemos encontrar muestras de cómo no se debe proceder. Un ejemplo. Al comienzo de la crisis financiera, muchos empleados de empresas financieras confiaban ciegamente en los modelos matemáticos y en las teorías de selección de carteras y de inversiones, aunque no los entendiesen. Esta confianza contribuyó a un aumento de la ignorancia de los riesgos reales para la economía. Pero un ejemplo menos ético fue lo que pasó en España. Durante años, basados en la confianza con el director de la sucursal del banco o caja, se colocaron productos financieros como participaciones preferentes, contratos de venta de opciones, derivados y estructurados… que ni ellos mismos entendían, sólo porque los jefes de turno era lo que exigían.

          Estos ejemplos han dado lugar a la teoría de la organización  basada en la estupidez. Una organización estúpida es aquella en la que no hay reflexión crítica y se margina a quien ponga en duda a los mandos. De hecho, se bloquean las acciones comunicativas de aquellos que no piensan igual. Y ¿Cómo? Mediante discursos, manipulando símbolos, con historias sobre éxito, desarrollo personal, responsabilidad corporativa… es decir, explotando los mecanismos del inconsciente. Si no tienes información negativa (no percibes que corras algún riesgo si actúas como te piden), te inundan con discursos triunfalistas, generan sentimientos de valía o autonomía pero al mismo tiempo los anulan (piensen en la autonomía que tiene un asalariado en sus objetivos o en sus modos de proceder para lograrlos). Y lo peor, es que algunas investigaciones demuestran que a corto plazo, las organizaciones estúpidas aumentan la productividad. Se necesitan robots, no personas que piensen, sientan y actúen.

        El precio que se paga es insatisfacción, hastío, niveles de estrés inhabilitantes, crecimiento de los trastornos emocionales como la depresión, problemas de pareja por el exceso de dedicación al trabajo y no a la familia…

        A nuestro inconsciente no le importa saber la verdad. Le importa sobrevivir y que psicológicamente tengamos un estado de bienestar personal. Dejarle que él decida, es un riesgo que no podemos asumir. Intentar ser conscientes de todo, nos volvería locos. Encontrar el equilibrio entre ambos, es una tarea continua y para siempre, que rompe las cadenas de malestar y libera recursos para afrontar la vida. Es, en definitiva, el fundamento de toda terapia y de todo proceso de Coaching.

jueves, 24 de enero de 2013

LA EVOLUCIÓN DEL TRABAJO


          Nuestros padres han vivido una época diferente a la que nos toca. Ciertas ideas políticas, vendidas como verdades económicas, nos han llevado a un cambio en la concepción de las relaciones laborales y de lo que es trabajo.

           El modelo que hemos conocido y para el que los estudios universitarios tradicionales están enfocados, tenían como objetivo que la persona que empezaba a trabajar en una empresa, lo iba a hacer en ella toda la vida. La empresa significaba mucho más que un trabajo. La empresa era un modo de vida, un conjunto de valores y relaciones personales y sobre todo, un conjunto de tareas que daban sentido a la vida. Las personas se definían por su trabajo: “Soy arquitecto”, “soy empleado de banca”, “soy albañil”.

            Sin embargo, la realidad presente dista mucho de la de nuestros padres. Ninguno de nosotros vamos a estar toda la vida laboral en la misma empresa. Si tienes menos de 35 años, lo más probable es que hayas pasado por varias empresas. Los contratos y los sistemas legales y de planificación social promueven el cambio y la movilidad. Los ideólogos del Management – término inglés con el que se denomina la teoría y práctica de la dirección de empresas – nos han querido hacer creer que era lo mejor, que era bueno, y que así lograríamos mayores índices de productividad. Dichos ideólogos han vinculado productividad con bienestar, mostrando un desconocimiento profundo de la psicología humana. Para ellos, estamos programados para triunfar. Se nos vende la necesidad de realizarnos a través de la actividad laboral, de reinventarnos cada día, de gestionar nuestras relaciones personales para lograr nuestros objetivos, y nos invitan, con discursos eficaces, a convertirnos en líderes y en triunfadores tanto en la vida laboral como en la personal. Vivimos en una cultura de lo inmediato, y los trabajadores están obligados a ejercer su función con una urgencia permanente para aumentar su eficacia. Hoy los trabajadores se enfrentan cada vez más a la angustia, a la impotencia que surge de la inestabilidad permanente y a que la crisis se haya convertido en la coartada perfecta para justificar las decisiones equivocadas, contradictorias y sin fundamento de las empresas y los gobiernos.

          Pero intentemos poner un poco de orden. ¿Qué entendemos por triunfo? Si nos paramos a preguntar a 20 personas, obtendremos igual número de definiciones, todas ellas diferentes. Lo que para nosotros es el éxito o la excelencia, no tiene por qué coincidir con lo que es para un actor de televisión, un periodista o un albañil oficial de primera. Y es así porque no estamos programados para triunfar. Estamos programados para sobrevivir, evitar el dolor, el hambre y el frío y acercarnos al placer. No todos estamos hechos para ser líderes y dirigir grandes equipos. “Guardiolas” o “Mourinhos” hay pocos. Una primera reflexión: el éxito es diferente para cada uno. Por tanto, valorarlo depende del guión que hemos escrito para la película de nuestra vida.

          Una segunda reflexión es si existen “recetas” útiles para todo el mundo, cuando desde el punto de vista existencial cada uno tenemos una historia única y específica. Es decir, si yo tomo un libro de autoayuda, ¿las recetas ahí expuestas nos servirán a nosotros como a su autor? Los autores de “El gorila invisible” nos alertan sobre la falta de datos que confirmen la viabilidad de muchas de las estrategias de dirección de empresas así como de autoayuda. Lo más que encuentran es correlación, pero también correlacionan otras cosas tan absurdas como las cigüeñas y los nacimientos. Y, sinceramente, tener la capacidad de despedir a los empleados sin que le cueste a la empresa no es ningún avance. No es necesario una carrera universitaria para ello. Basta con mirar la historia de la revolución industrial.

            Dado que no podemos dejar en manos de las empresas actuales nuestro futuro y que el camino del trabajo pasa por el autoempleo, debemos asentar las bases de un proyecto de vida. Esto supone que cada uno tiene la responsabilidad de motivarse, de formarse y de su propia jubilación.

           Es necesario desarrollar mentalidad de autónomos, estemos en la empresa en la que estemos. Y responsabilizarnos de nuestras propias vidas. Confiar en la empresa, en sus valores (solo tiene uno: dar valor a los accionistas y especialmente a los consejeros de administración que son los que más cobran) es un riesgo que no nos podemos permitir. No podemos abandonar nuestro crecimiento personal. De él va a depender nuestro futuro. O construimos cada uno nuestro sueño, o nos despertarán amargamente.

jueves, 17 de enero de 2013

FLUIR


“Corro y persigo ardillas, luego existo”.
El perro de Martin Seligman.

            Hace 37 años, Martin Seligman publico su trabajo “Indefensión aprendida” y su relación con la depresión. Uno de los experimentos que Seligman realizaba, resumido, consistía en introducir animales en una caja de Skinner – un aparato que permite dispensar premios en forma de comida o castigos en forma de descarga eléctrica – en los que se castigaba a los animales de forma no contingente, de manera que el animal, hiciese o lo que hiciese, nunca podía predecir cuando se le iba a castigar. El no ser capaces de predecir los resultados de su comportamiento y escapar del castigo, provocaba déficits emocionales, cognitivos y motores. Y se aplicó este conocimiento a la forma de ver el mundo que tienen las personas con depresión, dado que los síntomas de la depresión son los mismos que genera la indefensión: emocionalmente, la depresión es tristeza, falta de interés o capacidad de disfrutar actividades placenteras; cognitivamente, sentimientos de inutilidad, indecisión y dificultad para pensar y concentrarse; a nivel motor, enlentecimiento en general, fatiga o pérdida de energía. Algunos pierden incluso peso.

             Desde 1990 Seligman trabaja lo que conocemos como Psicología Positiva. Algunas personas, incluso profesionales de la psicoterapia, la confunden con el pensamiento positivo, con los mensajes de ánimo voluntaristas. Parece necesario ser felices, estar bien, mejorar constantemente, lograr objetivos constantemente, vivir una vida excepcional, con una familia perfecta, ser supermujeres o superhombres… Pero el pensamiento positivo tiene el peligro de generar más malestar, más estrés, porque no todos logramos sonreír cada día, amar cada hora, no enfadarse y alcanzar cada meta.

        Los fundamentos de la Psicología positiva son los mismos que los de la psicopatología. Se trata de encontrar aquellos patrones, criterios, procesos que nos ayudan a llevar una vida más plena, que nos acercan a la felicidad. Igual que existe una serie de criterios para diagnosticar la depresión, debemos encontrar los que diagnostican la felicidad.  Y la ciencia nos ha regalado una serie de conocimientos que nos pueden ayudar a aumentar nuestra calidad de vida.

           Hoy en día sabemos que el dinero no es tan importante. En Estados Unidos estudian casi todo. Una de las cosas que han registrado son los niveles de felicidad de la población desde los años 60. Y éstos no han variado. Sin embargo, los índices económicos han crecido. En la crisis en la que vivimos desde 2007, es cierto que los niveles de satisfacción han bajado. Y he ahí el quid de la cuestión. Han crecido los índices de trastornos como a depresión y la ansiedad. Antes de la crisis, teníamos atajos para lograr placer, podíamos comprar drogas, sexo, comida, bebida. Y hemos descuidado el desarrollo personal y el sentido de la vida. Cuando nos ha faltado dinero, nos hemos quedado sin recursos para alcanzar metas y disfrutarlas. La vida ha sido demasiado fácil y ahora es demasiado difícil. Y se ha puesto el foco en las personas, no en los grupos, dejando de lado la familia, los amigos. En consulta, una de las preguntas que hacemos en la primera entrevista es si la persona cuenta con un grupo de amigos más o menos estable con los que planificar salidas. Y la respuesta, la mayoría de las veces, es que no.

            Pero Seligman sale a nuestro rescate y nos da una pequeña receta para vivir algo mejor. Él habla de tres niveles de vida. El primero de ellos es la vida placentera. Se trata de llenar la vida con conductas placenteras y aprender a disfrutarlos, saborearlos, recordarlos. Una técnica que nos puede ayudar a ello es la práctica de la meditación, el estar aquí y ahora nos permite sacar toda la enjundia a una buena comida o a una simple pasa.

            El segundo nivel es la buena vida. La buena vida no son Ferraris y casas de lujo. No. La buena vida es Fluir. Es conocer las propias capacidades y talentos y ponerlos en práctica cada vez que uno puede. Es organizar la vida entorno a las capacidades con tareas que sean retadoras. Si has vivido la sensación de hacer algo, estar completamente concentrado, sin conciencia del tiempo, y cuando acabas, estás agotado pero tremendamente satisfecho, entonces has fluido. Y el nivel de satisfacción propia depende del número de veces que somos capaces de fluir. Es por ello que si te gusta el teatro, incrementa tus capacidades interpretativas, busca todas las oportunidades de actuar y actuar, de mejorar, de práctica esforzada… y fluirás encima de un escenario. Es lo que piensa el perro de este gran psicólogo.

             El tercer nivel es dotar de sentido a la vida. Poner tus virtudes y talentos al servicio de algo que creas que es más grande que tú. Puede ser tu país, tu familia, una iglesia… pero busca el sentido de la vida y la encontrarás cualquier manera para satisfacerlo.

            Actividades placenteras vividas con atención plena, Fluir realizando tareas retadoras al nivel de nuestras capacidades y dotar de sentido a nuestra vida. Un programa para la calidad de vida alcanzable por todos y cada uno de nosotros. Y lo mejor, a diferencia de lo que nos produce infelicidad, es que depende de nosotros mismos.

jueves, 10 de enero de 2013

INVERTIR EN NOSOTROS MISMOS


            Existen miles de pequeñas tareas, que no llevan más de veinte minutos diarios, que nos pueden llevar a mejorar nuestra calidad de vida. En estas líneas hemos recomendado la meditación, el desarrollo de habilidades mediante la práctica esforzada, e incluso el ejercicio físico. Sin embargo, a veces se nos olvida que la formación en valores es fundamental y que, posiblemente, sea el aspecto educativo o formativo menos tratado. Se habla mucho de valores pero no se nos dice cómo conocerlos, cómo adquirirlos – si es que se adquieren – o cómo desarrollarlos.

           Por ejemplo. Ser competente. El diccionario de la Real Academia de la Lengua define “competente”  como “tener competencia” y la segunda definición de competencia es “pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado”. Por tanto, ser competente significa saber hacer (pericia y aptitud) querer hacer y poder hacer (idoneidad). Nosotros queremos ser psicólogos y coaches competentes y por tanto, nuestra misión es adquirir conocimientos (psicología, psicoterapia, funcionamiento mental, en los niveles exigidos legalmente) desarrollar habilidades (escucha activa, pensamiento crítico, percepción social, toma de decisiones), un conjunto de aptitudes (sensibilidad ante los problemas, comprensión y expresión oral…) todo ello con el objetivo final de ser competentes en nuestra labor de ayuda a los demás.

            Cada uno de nosotros tiene  un conjunto de valores. Aunque ya de por sí es difícil definir qué es un valor, una definición que nos puede servir, es que los valores son principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento. Otra definición es que son convicciones profundas que determinan la manera de ser y orientan el comportamiento. Si buscamos diferentes definiciones, siempre vamos a encontrar una referencia que nos permiten guiar nuestra manera de actuar. La pregunta importante es ¿de verdad existen esos valores? Y si así fuese, ¿por qué no son compartidos? ¿Qué nos ha hecho llegar tan lejos, como engañar a personas mayores para que inviertan su dinero en participaciones preferentes o decir que se van a llevar a cabo unas políticas y luego hacer otras, o no reconocer la posibilidad de una crisis financiera? ¿Son el director del banco o los políticos peores personas?

            En realidad, lo que sucede cuando achacamos la crisis moral, económica y laboral en la que vivimos a la falta de valores, es que cambiamos el foco de atención a un intangible, a algo que no se puede tocar, y por definición, cada uno tiene los suyos. Es caer en el grouchomarxismo: “Tengo estos principios, si no le gustan, tengo otros”.

            Las ciencias sociales nos están enseñando lo que nos pasa a los seres humanos. La biología nos enseña que los animales mienten y que los seres humanos engañamos y nos autoengañamos (y nadie diría que mentir es un valor). La economía conductual nos enseña que en grupo no somos mejores, ni más listos y ser sociable es un valor de moda, medible por los amigos que uno tiene en Facebook. El cognitivismo nos está enseñando que somos menos concientes de lo que nos gustaría y que nuestra voluntad es maleable en base a premios y castigos, incentivos a corto plazo… Y la fuerza de voluntad, la persistencia son valores admirados por todos. De hecho, admiramos a los deportistas por su esfuerzo, su entereza, su dedicación y si han pasado por una serie de dificultades antes de proclamarse campeones de algo, más se nos abre la boca por el asombro provocado por esa hazaña.


           Y los deportistas juegan con ventaja. En todos los deportes existen unas reglas definidas que permiten predecir el resultado final ajustándote a ellas. En la vida diaria, eso no ocurre, no hay reglas definidas, no hay faltas personales, penaltis o un tiempo limitado de juego. No. En la vida se juega cada segundo, y las reglas cambian de un día para otro.

             Éste es el verdadero problema. Debemos definir las reglas de juego. Algunas reglas son muy lejanas, no podemos influir en ellas, tales como códigos civiles, penales… otras son cercanas y son las que van a determinar nuestro éxito en la vida. Antes de buscar nuestros valores – y en 2013 tendremos tiempo para ello – vamos a marcas las líneas rojas, aquellas que no se pueden pasar.

          Por tanto, un buen ejercicio es ponerse “estándares”, patrones de medida para nuestro propio comportamiento. Qué queremos ser, cómo queremos ser. Volvemos al ejemplo del principio. Si queremos ser competentes, tendremos que invertir en formación, teórica y práctica, y dedicar muchas horas de trabajo a mejorar nuestras habilidades y actitudes.

        Cambiar las reglas del juego implica modificar las propias. Sólo desde la  autoexigencia, podremos pedir a los demás. Sólo mejorando nuestro pequeño entorno, podremos mejorar nuestro barrio, ciudad o país. Trabajar cada día por uno mismo, es una hazaña mayor que un mundial o dos eurocopas.

jueves, 3 de enero de 2013

PROPÓSITOS...MÁS PROPÓSITO


“Somos lo que somos porque primero
lo hemos imaginado”.
Donald Curtis.

             Este año vamos a combinar en el blog entradas en las que seguiremos explorando la realidad desde la Psicología y  el Coaching, con otras en las que propondremos ejercicios para practicar. Y como el tópico cada principio de año son los buenos propósitos, pues vamos con ellos.

         Casi todo el mundo tenemos sueños. Y de esos sueños derivamos objetivos, proyectos, planes… Sin embargo, algunas personas no tienen claro qué es lo que desean, y te dicen “sé lo que no quiero, pero no sé lo que quiero”. Comenzar por saber lo que uno no quiere es un poco extraño. Y más si tenemos en cuenta que a nuestro cerebro le cuesta trabajo procesar el “no”. Lo que no queremos no nos motiva, nos lleva a tomar acciones para lograr nada, tan sólo nos hace que lo evitemos o que huyamos. Por lo tanto, si queremos cambiar nuestras vidas a mejor, tenemos que empezar por saber qué deseamos, cuál es el producto final.

            Una vez que ya tengamos nuestro sueño definido, hay que tomar decisiones. En palabras de Tony Robbins: “No sólo tiene que decidir con qué resultados quiere comprometerse, sino también la clase de persona que se compromete a ser. Tiene que plantearse criterios para lo que considere un comportamiento aceptable para sí mismo y decidir qué debe esperar de aquellas personas que le importan”. Son tres las cosas sobre las que hay decidir: sobre qué prestamos atención (lo que ocupa nuestra mente determina nuestra calidad de vida y – nuestras conversaciones -), cómo interpretar las cosas y qué hacer para lograr la vida que deseamos.

         Podríamos decir que ya sabemos que tenemos que tomar decisiones, que el compromiso es fundamental, pero ¿y si seguimos sin saber dónde ir?

            Para empezar a crear un resultado, primero nos vamos a fijar en qué nos genera dolor, sufrimiento, y, también, en qué nos genera placer. Vamos con un ejercicio: escribe tres propósitos de año nuevo, de esos que nos  repetimos cada año y que ninguno hacemos. Después, escribimos debajo de cada uno de ellos la respuesta a la pregunta ¿por qué no lo he hecho? El tercer paso es anotar qué placer obtenemos no realizando esa acción que nos proponíamos. O, desde otro punto de vista, qué dolor estamos evitando. En cuarto lugar, nos responderemos a la pregunta ¿qué sucedería si no…? Y por último, imagina con todo lujo de detalle que sucederá cuando logres esa meta que te habías planteado.

            Un ejemplo. Dejar de fumar, que es una buena intención cada uno de enero. ¿Por qué no he dejado de fumar? ¿Qué placer me genera? Seguro que la respuesta es “me desestresa, me relaja…” y qué dolor evita, que probablemente sea “el mono” “la ansiedad”. ¿Qué sucedería si no dejo de fumar? Desarrollaré enfermedades cardiovasculares, problemas respiratorios, incluso un cáncer. Y si lo dejo, sin embargo, estaré sano, respiraré con más profundidad…

            Si queremos saber qué queremos, debemos fijarnos, por un lado, en aquello que nos gusta, que nos agrada, y por el otro, en lo que nos genera aversión. Como ya hemos dicho muchas veces, autoconocernos requiere esfuerzo y un poquito de observación. Podemos tomar nota de aquellas cosas con las que disfrutamos (bailar, salir con los amigos, charlar, leer, estudiar…) de aquellas cosas que nos gustan (un modelo de coche, una casa, ropa de una marca concreta…).

            Las emociones nos influyen, no somos tan racionales. Si queremos lograr metas, empecemos por comprender hacía qué nos acercamos y de qué nos alejamos. Y después, podremos crear sueños que nos motiven y nos den la energía mental suficiente para, cada día, dar un pasito en la mejora de nuestras vidas.

            Este año, uno de nuestros propósitos, es dejarles pequeñas píldoras para el cambio como las de hoy. Esperamos que les ayuden a alcanzar el cielo, las estrellas o aquello que sea su objetivo.

             ¡Feliz 2013!