Existen miles de pequeñas tareas,
que no llevan más de veinte minutos diarios, que nos pueden llevar a mejorar
nuestra calidad de vida. En estas líneas hemos recomendado la meditación, el
desarrollo de habilidades mediante la práctica esforzada, e incluso el
ejercicio físico. Sin embargo, a veces se nos olvida que la formación en
valores es fundamental y que, posiblemente, sea el aspecto educativo o
formativo menos tratado. Se habla mucho de valores pero no se nos dice cómo
conocerlos, cómo adquirirlos – si es que se adquieren – o cómo desarrollarlos.
Por ejemplo. Ser competente. El
diccionario de la Real Academia
de la Lengua
define “competente” como “tener
competencia” y la segunda definición de competencia es “pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo
o intervenir en un asunto determinado”. Por tanto, ser competente significa
saber hacer (pericia y aptitud) querer hacer y poder hacer (idoneidad).
Nosotros queremos ser psicólogos y coaches competentes y por tanto, nuestra
misión es adquirir conocimientos (psicología, psicoterapia, funcionamiento
mental, en los niveles exigidos legalmente) desarrollar habilidades (escucha
activa, pensamiento crítico, percepción social, toma de decisiones), un
conjunto de aptitudes (sensibilidad ante los problemas, comprensión y expresión
oral…) todo ello con el objetivo final de ser competentes en nuestra labor de
ayuda a los demás.
Cada uno de nosotros tiene un conjunto de valores. Aunque ya de por sí
es difícil definir qué es un valor, una definición que nos puede servir, es que
los valores son principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento.
Otra definición es que son convicciones profundas que determinan la manera de
ser y orientan el comportamiento. Si buscamos diferentes definiciones, siempre vamos
a encontrar una referencia que nos permiten guiar nuestra manera de actuar. La
pregunta importante es ¿de verdad existen esos valores? Y si así fuese, ¿por
qué no son compartidos? ¿Qué nos ha hecho llegar tan lejos, como engañar a
personas mayores para que inviertan su dinero en participaciones preferentes o
decir que se van a llevar a cabo unas políticas y luego hacer otras, o no
reconocer la posibilidad de una crisis financiera? ¿Son el director del banco o
los políticos peores personas?
En realidad, lo que sucede cuando
achacamos la crisis moral, económica y laboral en la que vivimos a la falta de
valores, es que cambiamos el foco de atención a un intangible, a algo que no se
puede tocar, y por definición, cada uno tiene los suyos. Es caer en el grouchomarxismo:
“Tengo estos principios, si no le gustan,
tengo otros”.
Las ciencias sociales nos están
enseñando lo que nos pasa a los seres humanos. La biología nos enseña que los
animales mienten y que los seres humanos engañamos y nos autoengañamos (y nadie
diría que mentir es un valor). La economía conductual nos enseña que en grupo
no somos mejores, ni más listos y ser sociable es un valor de moda, medible por
los amigos que uno tiene en Facebook. El cognitivismo nos está enseñando que
somos menos concientes de lo que nos gustaría y que nuestra voluntad es
maleable en base a premios y castigos, incentivos a corto plazo… Y la fuerza de
voluntad, la persistencia son valores admirados por todos. De hecho, admiramos
a los deportistas por su esfuerzo, su entereza, su dedicación y si han pasado
por una serie de dificultades antes de proclamarse campeones de algo, más se
nos abre la boca por el asombro provocado por esa hazaña.
Y los deportistas juegan con
ventaja. En todos los deportes existen unas reglas definidas que permiten
predecir el resultado final ajustándote a ellas. En la vida diaria, eso no
ocurre, no hay reglas definidas, no hay faltas personales, penaltis o un tiempo
limitado de juego. No. En la vida se juega cada segundo, y las reglas cambian
de un día para otro.
Éste es el verdadero problema.
Debemos definir las reglas de juego. Algunas reglas son muy lejanas, no podemos
influir en ellas, tales como códigos civiles, penales… otras son cercanas y son
las que van a determinar nuestro éxito en la vida. Antes de buscar nuestros
valores – y en 2013 tendremos tiempo para ello – vamos a marcas las líneas
rojas, aquellas que no se pueden pasar.
Por tanto, un buen ejercicio es
ponerse “estándares”, patrones de medida para nuestro propio comportamiento.
Qué queremos ser, cómo queremos ser. Volvemos al ejemplo del principio. Si
queremos ser competentes, tendremos que invertir en formación, teórica y
práctica, y dedicar muchas horas de trabajo a mejorar nuestras habilidades y
actitudes.
Cambiar las reglas del juego implica modificar las propias. Sólo desde la autoexigencia, podremos pedir a los demás. Sólo mejorando nuestro pequeño entorno, podremos mejorar nuestro barrio, ciudad o país. Trabajar cada día por uno mismo, es una hazaña mayor que un mundial o dos eurocopas.
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