martes, 29 de noviembre de 2011

CRISIS DE CONFIANZA

             En España hemos celebrado elecciones. Y nos da absolutamente igual que ganen unos u otros en las noches electorales, qué curioso, ninguno pierde: el que sale elegido, porque sale y el que no, porque el descalabro es menor de lo que decían las encuestas.

            A nosotros no da lo mismo. Y es así porque el gobierno, los curas, nuestros padres, jefes o el sistema nos sirve para escaparnos y  cargar nuestras responsabilidades sobre cualquier excusa.

            No. Nuestra vida la determina cada una de nuestras decisiones. Tal y como demuestran los trabajos de Dan Ariely, la decisión que tomamos hoy, nos obliga a ser congruente con ella en el futuro e influye en la dirección de las decisiones que tomaremos mañana.

            Sin embargo, es curioso. Pensamos que el resultado de las últimas elecciones va a cambiar algo. Creemos que la crisis va a ser menos crisis con el gobierno que gane. Y nos tememos que no. A lo largo de estos meses pasados, lo único que han demostrado los gobernantes es una incapacidad desconcertante para solucionar problemas y una capacidad inmensa para crearlos o retrasar soluciones.

            Las soluciones a la crisis, lo hemos dicho en este blog con anterioridad, empieza con uno mismo. Mientras sigamos pensando que lo sabemos todo, que no tenemos limitaciones, que eso del pensamiento riguroso es para los títulos de los libros de los universitarios, mientras nos creamos dioses omnisapientes, nos seguirán cayendo palos.

            El cambio empieza en uno mismo. No podemos salir de la crisis económica si no comprendemos cómo funciona eso llamado economía. Y aún sabiendo qué es eso de las finanzas no estaríamos inmunizados. Es necesaria la disciplina del ahorro y de la creación de capital, de no gastar hoy para tenerlo mañana. Hace falta la valentía de estar por encima de las opiniones que siempre hemos dado por válidas, porque lo dicen nuestros padres o nuestros mayores. El Monopoly no es una manera de inversión. Es un juego. Lo sentimos. Cuando se juega se puede perder. Y los mercados, ese ser maligno que está presionando a España o a Italia, funcionan mediante suma cero: para que uno gane, otro (que suele ser más de uno), tiene que perder.

            El cambio empieza por entender que esta crisis nació como una crisis de confianza. Pues bien, hablemos de confianza.

            El cerebro del ser humano evolucionó en grupos pequeños en los que se conocían todos los miembros. La confianza en otro era fundamental como indicio de la capacidad y los conocimientos de los demás. Sin embargo, hoy día vivimos en panales, en colmenas, y no conocemos a la persona que está en frente. Sin embargo, los mecanismos psicológicos son los mismos. ¿Cómo influye eso? La confianza tiene tres aspectos.

1.- Aspecto Cognitivo – Mental: La persona confía porque tiene certezas.  Se desconfía porque hay vulnerabilidad, porque no se cumple con lo dicho. Por tanto, la confianza depende de la probabilidad percibida de error igual a cero.

2.- Se confía porque se empatiza. Se da una identificación mental y emocional con alguien y porque la persona está relajada, cómoda.

3.- Las personas confían porque creen y manejan sistemas de creencias, personales o normativas. Se confía porque se respalda, se apoya, porque hay compromiso.

            Desde este modelo psicológico de la confianza, podemos hacer predicciones:

-          La primera es que vamos a tardar mucho en salir de la crisis. La probabilidad de error de nuestros dirigentes es elevada, no es cero. De hecho, tanto un partido como otro, se han sumado a las teorías de reducción del déficit. De acuerdo, las deudas hay que pagarlas. Pero un inversor que mete su dinero en Europa sólo ve que Grecia le va a devolver la mitad de lo que le prestó. Curiosamente, una semana después de las elecciones españolas, la prima de riesgo se rebajó y la bolsa ganó un 4.5%. (lunes 28 de noviembre de 2011). ¿Qué sucedió? Algo tan simple que la Canciller alemana cedió a la compra de deuda por parte del Banco Central Europeo. Justo lo contrario a lo que su ministro de economía grita a los cuatro vientos. ¿Podemos confiar así?

-          La segunda conclusión es que las personas ni están relajadas ni están cómodas. Por lo tanto, no confían, ¿cómo va a confiar una persona que tiene el despido sobre su cabeza? ¿Cómo va a confiar una familia con todos sus miembros en paro? ¿Cómo vamos a estar cómodos si se proponen seguros médicos obligatorios a partir de una renta?  De hecho, lo esperable es un ascenso de actitudes poco igualitarias, de fenómenos violentos y de conductas desesperadas.

-          La tercera conclusión es que buscaremos soluciones donde no las hay. El cambio debe ser conductual, psicológico. Y se enfoca sólo desde el punto de vista económico. Si no se apoya o respalda a las personas, los números acaban con las creencias y con lo que haga falta. Los niveles de compromiso entre personas y de éstas con las empresas se reducirán hasta su mínima expresión. No se puede pedir esfuerzo a los ciudadanos cuando cobras varios sueldos, tienes una pensión vitalicia por ocho años de “trabajo” y sabes que tú no vas a tener problemas. Caiga quien caiga. No puedes pedir que te voten cuando has sido infiel a tus principios y has roto tus compromisos con los desfavorecidos.

            Una última reflexión. Las personas que muestran una gran confianza en sí mismos transmiten la sensación de ser competentes en su trabajo. Sin embargo, la psicología experimental demuestra que no es así. Todo el mundo sobrevaloramos nuestras habilidades. Lo hacemos incluso cuando trabajamos en grupo. Las personas odiamos la incertidumbre, la inseguridad. Si encontramos a alguien seguro, le hacemos más caso. Por ejemplo, ¿qué médico les parece más competente, uno que según le examina le dice qué tiene que tomar o uno que le examina y consulta varios libros antes de recertarle nada? Enseñar a las personas a optimizar los recursos en el manejo de situaciones difíciles es una gran inversión. Aún no la hemos visto propuesta por ningún sitio.

            Juzguen ustedes.  O restauramos la confianza o esta travesía por el desierto no se acorta ni celebrando elecciones cada año. Sabemos cuáles son componentes de la confianza. Toca restaurarla como individuos, como familias, como país.

martes, 8 de noviembre de 2011

LA EDAD DEL MIEDO

            Cuando éramos estudiantes de colegio o instituto, nos enseñaban que la historia de la humanidad estaba dividida en etapas. Cada una de estas etapas se llamaba “Edades”. Y una era la “edad de piedra”, otra “la edad de hierro” y ahí nos quedamos casi todos. Si tuviésemos que calificar nuestra época, ¿Cuál seria el nombre adecuado?

            Lo primero que se nos viene a la cabeza, seria la edad de Internet. Pero, si tenemos en cuenta que es un recurso escaso para la población africana, gran parte de latino América y Asia, lo descartamos. Otro nombre podría ser “la edad de la información”. Pero nos sucede lo mismo. La información es un recurso inexistente en gran parte del planeta. Bueno, pues la “edad de la ciencia”, o “de la medicina”. Y aquí, la ciencia y la medicina favorecen a los mismos, motivo por el cual tampoco valoramos llamarla la “edad del bienestar”.

            Entonces, reflexionamos y nos preguntamos qué es lo que todos los seres humanos poseen. Somos bípedos, tenemos un cerebro privilegiado, tenemos lenguaje…sentimos emociones. Y las emociones deben ser importantes, porque venden. Y mucho. La Inteligencia Emocional, La auténtica Felicidad, Optimismo Inteligente, son algunos títulos que encontramos en las librerías occidentales. Pero no vemos a los habitantes del cuerno de África muy preocupados por ser optimistas y sí por comer cada día.

            Está bien, pensemos en el Amor. Es una emoción poderosa. Se nos llena el cerebro de dopamina y de oxitocina y… hacemos poemas, libros… y cuando estamos con la persona amada creemos que el cielo existe y que ya estamos en él. Sin embargo, cuando pasa el tiempo, el cielo ya no es azul. Y qué decir de los hindúes a los que les conciertan el matrimonio, en el que el amor, como el valor en el ejército, se presupone. No. Decididamente, la edad del amor no es un nombre muy bueno.

            Lo peor son las emociones negativas. Y son las siguientes en la lista. La “edad del dolor” es un título impropio. ¡Con la de esfuerzo y dinero que se gasta en mitigar el dolor! La edad de la tristeza. “¡Uff!”, en Occidente nuestras depresiones valdrían una década, pero no una edad.

            Definitivamente la edad, nuestra edad, es la Edad del Miedo. El miedo es universal. En el cuerno de África, a morir de hambre. En Europa, a perder el estado de bienestar. A perderlo todo. Miedo a ver sufrir a los hijos. A morir de una forma violenta.

            Centrándonos en Occidente, la crisis económica ya no es un estímulo que genere miedo. Todos los días, todos los santos días, nos encontramos con noticias sobre la deuda, el paro, las empresas que cierran, los desahucios de los que no pagan, los indignados y el fin del mundo que las noticias pregonan cada día.

            La economía va mal. Vale. Pero es que no va mejor la sociedad. El maltrato a mujeres no desciende, el número de víctimas está estancado, no baja. A parte de las familias rotas, los vecindarios no son seguros. Las columnas de sucesos están llenas. Cada día, uno tras otro, podemos leer como unos seres humanos destruyen a otros seres humanos. (Y no queremos valorar ya en otro tipo de sociedades más pobres).


            Tenemos miedo a todo. A los que son religiosos, porque lo son. A los que no lo son, porque rompen las costumbres. A los ricos porque explotan, a los pobres porque quieren robar. La angustia domina a los habitantes de las poblaciones urbanas.

            Como será que Juan Pablo II inició su pontificado con un “no tengáis miedo”.

            Comprender cómo funciona el miedo, cómo influye en nuestro comportamiento y cómo podemos afrontarlo es una competencia fundamental en la edad que nos toca vivir, y en la que vivirán nuestros hijos.

            Prossem, que quiere ciudadanos autónomos que vivan como ellos opten, decide vivir sin miedo. Las herramientas existen. Sólo hay que aprenderlas. Cada uno elije.

martes, 1 de noviembre de 2011

EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS

           En este bendito país aprovechamos el día de Todos los Santos para recordar a nuestros familiares que han fallecido. En los telediarios emiten siempre la misma cantinela con imágenes de cementerios como el de Praga, la tumba de Jim Morrison, Elvis Presley, Frank Sinatra, o, en el cementerio de Londres, la tumba de Karl Marx.

            Es importante recordar a las personas que han sido importantes en nuestra vida. Es un buen ejercicio dedicar algo de tiempo a quienes hemos querido o admirado y ya no viven. Para valorar que sus esfuerzos lograron cambiar el mundo, y permitir que hayamos alcanzado el modo de vida actual. Otro ejercicio sano es rememorar los errores que otros cometieron en el pasado, con sus consecuencias.

            Todos conocemos el refrán castellano “nadie escarmienta en cabeza ajena”. Pero recordar, ver, comprender los errores y aciertos pasados de otras personas es un ejercicio maravilloso de aprendizaje. Y es así por que la Psicología nos enseña que no aprendemos de la experiencia.

            Skinner afirmaba que las contingencias de refuerzo no estaban claras para que aprendiésemos de forma eficaz. En el ambiente en el que nos movemos, aislar los reforzadores – aquello que hace que repitamos nuestra forma de comportarnos o que dejemos de actuar de una manera concreta -  es casi imposible. La Psicología Experimental también nos previene de nuestra incapacidad para aprender de la experiencia. No tenemos suficientes elementos en las muestras que recoge nuestro cerebro. Para poder obtener conclusiones válidas y fiables, las muestras de los experimentos deben ser aleatorias y grandes, para que sigan las leyes de grandes números y distribuciones matemáticas concretas. Sin embargo, nuestro cerebro no funciona así. En este blog ya hemos hablado en alguna ocasión de cómo funciona la mente. Y cómo nos engaña. Seleccionamos la información que favorece a nuestras hipótesis, nos quedamos con lo más representativo de las cosas, o con los últimos elementos de una lista, no somos capaces de ver un mono en un partido de baloncesto o mantenernos inflexibles aunque estemos equivocados.

            Por tanto, rememorar y recordar a quienes nos han precedido, para obtener muestras de comportamiento, es un sano ejercicio. Así podemos evitar cometer los mismos errores o mejorar los aciertos.

            También queremos rememorar a figuras de la ciencia, que por el paso de los años, quizás nos parecen míticos y no personas de carne y hueso que fueron. Nos referimos a Charles Darwin, a William James, a B.F Skinner, a Paul Watzlawich, a Kart Lewin, a Tversky… Todos ellos, con sus esfuerzos, lograron que conociésemos mejor la mente humana. Otros, como Keynes o Benjamín Graham nos han ayudado a conocer mejor la economía y las finanzas. Estamos seguros que cada uno de nosotros conocemos  a alguna persona que, con su trabajo, cambió tu vida. Uno de los miembros de Prossem cuenta que su vida giró en 180 grados cuando leyó “El Arte de Amar” de Erich Fromm. A él también lo recordamos y agradecemos su trabajo.

            Estamos convencidos que nuestros familiares no necesitan un día al año para recordarlos. Su falta se nota cada día. Recordamos a nuestros abuelos y abuelas, que sacaron adelante a sus familias en una España post guerra traicionera, cainita y destruida que había que levantar. Lucharon con armas de barro y, gracias a ellos, a su esfuerzo, su voluntad y poniendo poco o mucho conocimiento para lograr sus fines (en otros post a esto lo hemos llamado Paideia, es decir, Educación), hoy disfrutamos un país, que por mal que esté, ellos no habían sido capaces ni siquiera de soñar.

            En algunos casos recordamos a padres que se desvivieron porque sus hijos no pasasen lo que ellos sufrieron, es decir, en dejarnos un mundo en el que ellos quisieron vivir. Lo mismo sucede con tíos, primos… 

            En el día de Todos los Santos, el mejor santoral, el mejor reconocimiento que podemos hacer, quizás no sea visitar un cementerio al que nunca vamos, sino recordar la lucha de nuestros antecesores, por unos minutos, agradecerles lo que han hecho por nosotros y por el ser humano, y APRENDER, sobre todo aprender, de su fuerza de voluntad, unidad de propósito y capacidad de cambiar el mundo que les tocó por uno mejor para los suyos.