Hace
dos semanas, iniciábamos una serie de entregas acerca de “conocerse a uno mismo”. Cuando hablamos de conocernos a nosotros
mismos, nos debemos preguntar qué es lo que conocemos, cómo lo conocemos,
cuándo lo conocemos, para qué, por qué, cuánto de nosotros conocemos.
La primera semana, (15 de Marzo de 2013, “Somos
sabios”) hablábamos de Sócrates, de la necesidad de hablar con los demás y
de examinar la propia vida, con las preguntas adecuadas. En nuestra segunda semana, de la mano de Descartes,
hemos hablado de la mente que se autoconoce y del pensamiento como fuente del
saber.
Sin
embargo, Gilbert Ryle, en “The concept of
mind”, critica a Descartes y la forma de conocer que propone. Para Ryle, la
inteligencia, la motivación, la emoción son disposiciones a actuar de una
determinada manera. Una persona será tanto más inteligente cuantas más
disposiciones a actuar bajo ciertas circunstancias haya aprendido. Y acusa a
Descartes de cometer un error de categoría, porque eleva a realidad algo que tan
solo es una palabra: la mente. Pongamos un ejemplo, algo modificado, del propio
Ryle: el espíritu de equipo. Cuando un entrenador de fútbol le pide a sus
jugadores “espíritu de equipo”, ¿Qué les está pidiendo? Específicamente, que se
comporten de una manera concreta, que cubran la espalda del defensa si éste
sube por la banda, que tapen los huecos que el medio centro deja si adelanta su
posición, sacrificio por los demás, el bien común antes que el individual… en
definitiva, el espíritu de equipo no existe, porque es un conjunto de
comportamientos, que todos ellos, generan ese espíritu. Para Ryle, si no
queremos caer en el mismo error que Descartes, toda la vida mental se reduce a
disposiciones para actuar de una manera bajo ciertas circunstancias. Una persona
que no sabe jugar al ajedrez, por mucho que mire una partida, no puede
entenderlo. Le falta el “cómo” se juega. Lo mismo ocurre con un chiste. Una
persona debe saber cómo contar los chistes si quiere ser gracioso. Por tanto,
no se trata del qué, sino del cómo.
La
teoría de Ryle explica los rasgos de personalidad, el carácter de las personas.
De una persona que se enfada decimos que es una persona irascible. A alguien
que llora ante una escena de una película, la llamamos sensible o la
ridiculizamos con la palabra “ñoña”. Hay personas enamoradizas, vergonzosas…
pero todo se reduce a respuestas al medio en que vivimos, a aprender cómo
actuar. Para Ryle, somos lo que hacemos.
Sin
embargo, ni Platón a través de su maestro Sócrates, ni Descartes ni Ryle solucionan
un problema, que el de acceder a nosotros mismos, a nuestros pensamientos, a
nuestras emociones. ¿Cuáles son las vías, los modos, de acceder a nosotros
mismos? Cada uno da una respuesta diferente pero ninguno explica que sucede con
la experiencia inmediata. Tengo la sensación de rojo, o el gusto amargo de un
limón, o la placidez de una caricia… Nada de eso se puede explicar con una
conversación, a través de preguntas, o con el pensamiento, ni mucho menos en
términos de disposiciones. ¿Cómo sentimos? ¿Cómo lo asociamos a experiencias
pasadas? ¿Cómo lo recordamos? ¿Existen partes de nosotros a las que no tenemos
acceso y no las podemos conocer?
Una
de las respuestas, la semana que viene, con Sigmund Freud y el inconsciente.
El
ejercicio del Blog:
Ryle
nos habla de saber cómo, de disposiciones de comportamiento. Esta semana, la invitación es a observar
nuestras disposiciones. Toma nota de seis momentos en los que hayas vivido una
emoción, como enfado, tristeza, emocionarte con música. Escríbelos a la
izquierda de una hoja de papel. Al lado, apunta lo que hiciste específicamente.
En una tercera columna anota aquellas emociones que te sucedan esta semana y que sean las mismas que has apuntado en la primera columna.
Fíjate si las situaciones son parecidas
y si has actuado de la misma manera. Si es así, estamos ante una
disposición de las que habla Ryle.