Vivimos un tiempo convulso, con
cambios a gran escala y a mucha velocidad. Un mundo en el que la
predictibilidad del ambiente que nos rodea es cada vez menor, la sensación de
control va desapareciendo poco a poco, y donde parece que la crisis es más
estable que algo pasajero. Vivimos, en fin, en un mundo que promueve la
tensión, el enfrentamiento, la presión y la enfermedad. Como dice una ley
cibernética: “si a un sistema le metes
ruido, de él saldrá ruido”.
Para muestra un botón. En los
últimos días nos encontramos con ejemplos de mentira y deshonestidad que nos
hacen dudar de todo. Casos de corrupción en todos los estratos de la vida política,
empresarios grandes y pequeños que defraudan, los informativos que en lugar de informar,
manipulan o los creadores de opinión. Nos encontramos que se usan los hechos
más significativos, aquellos que llaman la atención o que están con más
frecuencia en los medios (lo que implica que esos mismos hechos estén más
accesibles en la mente) para justificar cualquier conducta, movimiento social o
corriente de opinión. Y no comprobamos, con datos públicos como los de INE u
otras fuentes privadas, si es correcto lo que nos dicen o si las conductas
están soportadas por argumentos aceptables, relevantes y solventes. Desde estas
líneas hemos advertido del peligro de confundir una correlación con causalidad,
pero no de usar dicha confusión en beneficio propio.
Parece que la famosa frase del
Dr. House, “Todo el mundo miente”, no
va desencaminada. Hagamos, pues, una reflexión sobre el hecho de la mentira y
la deshonestidad.
De la biología aprendemos que los
animales mienten. Adoptan posturas, colores o desarrollan pelajes que les
permiten esconderse, atacar a un depredador o parecer más atractivo a una
posible pareja. De hecho, los seres humanos nos ayudamos de diferentes
ornamentos y pinturas para parecer más jóvenes, saludables y atractivos. Los
trabajos de Robert Trivers nos cuentan que el éxito reproductivo depende de la
percepción de la hembra de que tan buen inversor como padre es el macho, de los
conflictos entre los hijos y éstos con sus padres y como inconscientemente,
cada uno juega sus cartas. Y uno de sus trabajos más famosos, “El autoengaño al servicio del engaño”,
que nos cuenta como nos engañamos a nosotros mismos para lograr que otros nos
crean. La mentira y el engaño tienen, por tanto, una doble función: la
supervivencia del individuo y la procreación. Es lógico que la selección
natural mantenga esos comportamientos en nuestros genes. Los individuos que
lograban engañar y de esa manera sobrevivir, dejaron hijos que hicieron lo
mismo para, a su vez, sobrevivir y tener más hijos.
Pero, ¿somos conscientes de esos
comportamientos? Probablemente no. La mayoría de los comportamientos de engaño
son procesos inconscientes. Una chica que se pinta los ojos no los hace para
que parezcan más grandes, o no se perfila el labio para que parezca más grande
o no se pone color en las mejillas para parecer más sana y, por tanto, más
fértil. No. Lo hace porque está más guapa, independientemente de los objetivos
finales de esa “guapura”.
Nos pueden argumentar que alguno
de los personajes que aparecen últimamente en la televisión eran, y mucho,
conscientes de los que estaban haciendo. Por supuesto, así es. Nuestra teoría
es que el engaño y la mentira son producto de la selección natural y que la
mayoría de las veces se debe a procesos inconscientes. No calculamos los
beneficios y los costes de una mentira de marea fría y matemática. Funcionamos
de otra manera.
La economía conductual ha tratado
de poner un poco de luz al asunto de la honradez. Y uno de los resultados que
se repiten, experimento a experimento, es que, si tenemos ocasión de mentir y
con ello obtener un beneficio, mentimos. Pero solo un poquito. De hecho, la
probabilidad de ser descubierto no tiene influencia en la magnitud del engaño.
Los psicólogos hablan de “el factor
tolerancia”: El comportamiento esta impulsado por dos motivaciones. Por un
lado, todos queremos ser honrados, sinceros. Y por otro, también queremos sacar
beneficio. Y nos cuentan que si aumentamos la distancia psicológica entre una
acción deshonesta y sus consecuencias, aumentamos el factor tolerancia, y por
tanto, mentiremos más. Si racionalizamos nuestros deseos egoístas, aumenta
nuestro factor tolerancia. Y además, ciertos incentivos pueden hacer que el
profesional más honrado del mundo deje de serlo.
Según esto, la solución a la
corrupción sería una justicia rápida, más transparencia y control de los
incentivos, que los cargos públicos pueden recibir. Es posible, pero los datos
demuestran que la transparencia no es la panacea. De hecho, si a la
transparencia se le suma un conflicto de interés, se tiende a engañar más.
Existen más factores que aumentan
la probabilidad de engañar y algunas pocas que la reducen, entre ellas los
recordatorios morales, las promesas públicas y la supervisión. Nosotros le
proponemos un par de ellas más.
- Esté atento a las pequeñas mentiras, a las que dice y a las que sufre. Son las que le afectan la mayor parte del tiempo.
- Desarrolle habilidades de pensamiento crítico. En un mundo en el que la información se manipula para crear opinión interesada, analizar las cosas correctamente le permitirá tomar mejores decisiones.
- No vea la televisión. No sólo es la mayor fuente de mentiras y manipulación, sino que genera modelos vitales, de relación y de pareja que nada tiene que ver con la realidad (sin hablar del efecto negativo sobre la sexualidad en parejas jóvenes).
- Practique su religión. Todas ellas están en contra de la mentira. Si no le gusta ninguna, practique budismo.
Centrarnos en los políticos, en los famosos, en aquellas personas que no tocamos, solo incrementa el efecto tolerancia. Y una vida honesta empieza con uno mismo, con lo que se cree, lo que se siente y actuar en consecuencia.
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