martes, 6 de marzo de 2012

PARA QUE NO OCURRA NUNCA MÁS

            Todos los martes procuramos publicar un artículo en este blog. Desde enero del 2011 hemos hablado de qué hace nuestra empresa, de la importancia de la formación, de finanzas, de emociones, de nuestro cerebro…

            Vamos a seguir hablando del cerebro. Y queremos resaltar algo importante: El cerebro no es perfecto. El cerebro es ciego. El cerebro es un órgano tremendamente egoísta. Y entendemos la mente como aquello que el cerebro hace. Por tanto, la mente no es perfecta. Desgraciadamente, no comprendemos cómo funciona la mente tan bien como conocemos el funcionamiento del cuerpo. Somos capaces de extirpar tumores, de realizar transplantes, de usar máquinas para mantener un corazón vivo… pero no diseñar un estado de bienestar, curar la depresión o la esquizofrenia, no dejarnos llevar por los celos o un enfado, gestionar nuestros sentimientos ante la pérdida de un ser querido o sanar la infelicidad. Gastamos recursos y tiempo en estudiar ingenierías, idiomas, carreras técnicas, profesiones… pero no así en aprender a aprender, en desarrollar habilidades de pensamiento o en algo tan simple como mejorar nuestra atención.

            Nuestro cerebro nos hace creer que somos únicos, irrepetibles. Nos enamoramos de nuestras ideas, de las explicaciones que le damos al mundo que nos rodea y atribuimos causas al comportamiento de los demás. Vemos, predecimos y nos explicamos el mundo a través de nuestra mente. Y somos conscientes – a pesar de Freud – de muchas más cosas de las que nos podríamos imaginar. Somos capaces de imaginar el futuro, de crear sinfonías bellísimas y de disfrutar del arte.

            La mala noticia es que la mente es un sistema de órganos de computación diseñado por la selección natural para resolver problemas específicos del medio en el que ha evolucionado. Es decir, de nuestros antepasados cazadores- recolectores, y no del siglo XXI. Y ello conlleva que la mente comete errores, fallos. Y los errores y los fallos nos meten en problemas y logran que sigamos siendo incapaces de curar el dolor que siente una persona rechaza por otra. O de eliminar los prejuicios raciales o el machismo.

            En este blog hemos comentado ya que los seres humanos somos ciegos a los grandes números. Ver las cifras de los rescates bancarios o de Grecia nos da una higa, porque solo sabemos que es mucho dinero. Y, aunque algunas informaciones en Internet digan que si hubiesen dado ese dinero al ciudadano de a pie se hubiesen solucionado los problemas, no es así, porque ni tocamos a tanto dinero, sino que además generaríamos hiperinflación. Por cierto, también somos ciegos al fenómeno de la inflación. Sólo nos damos cuenta que “los euros duran menos que las pesetas”. No vemos nada, ni torta, de las estadísticas. Es muy fácil que nos engañen o “vendan la moto” con porcentajes y gráficas. Y de probabilidad ni hablamos. No damos ni una.

            No vemos aquello que no esperamos ver. Que un gorila rojo aparezca en pantalla mientras contamos las veces que una pelota va de una persona a otra no es importante, pero cuando lo que no esperamos es un motorista que nos adelanta por la derecha, supone la diferencia entre la vida y la muerte, generalmente del motorista. Pensamos que lo que recordamos es lo que realmente sucedió (y es imposible que una persona de 30 años recuerde a Naranjito y el gol de Francia a España). Sobrestimamos nuestras capacidades y creemos que alguien que muestra seguridad en sí mismo es alguien que sabe mucho de aquello que habla. Sobrevaloramos nuestros conocimientos y creemos que entendemos cómo funcionan las cosas, sin darnos cuenta que, cuanta más información, cuantos más datos, peores decisiones (porque normalmente, ni ustedes ni nosotros recogemos esos datos de forma sistemática y controlada para evitar el azar). Pensamos que existen partes de nuestro cerebro sin usar, que sólo utilizamos un 10 % y el otro noventa podemos entrenarlo y ser los más listos del barrio, y además, se entrena fácilmente, haciendo sudokus o programas de entrenamiento cerebral con la videoconsola o simplemente escuchando a Mozart.

            Hay dos fallos mentales que hoy nos preocupan especialmente. Uno de ellos es que nos enamoramos de nuestras creencias. ¿Quiere discutir usted con alguien? Enfréntese a sus creencias. Pregúntele “¿Por qué?” varias veces y a la cuarta o quinta le mandará a paseo. Pídale que le muestre un estudio bien controlado que sostenga esa idea y el paseo será más largo. Pero evite que le cuente que “a él le paso”, que “conoce a un fulano que…” o que “su familia tal”. Caerá usted en la trampa y dará por válido algo que, como mucho, no  deja ser una experiencia personal y posiblemente única. Además, nuestras creencias nos determinan a la hora de seleccionar la información que buscamos. Nos quedamos con aquello que confirma nuestra hipótesis. Y confirmar una  idea 100 veces no la convierte en verdadera, con sólo encontrar un dato que la false.  

            El segundo fallo, vinculado con el primero, es la ilusión de causa. Encontramos patrones donde sólo hay azar. Inferimos relaciones causa – efecto por el mero hecho de ocurrir dos eventos juntos. Y lo que es pero, inferimos causalidad a partir de narraciones humanas, de anécdotas.

            Hemos querido volver sobre estos errores mentales porque constatamos que se están utilizando, día a día, por la prensa de este país y por grupos de presión de uno u otro bando, en relación a los atentados del 11 de Marzo de 2004 en Madrid. El Colegio de Psicólogos de Madrid ya emitió la siguiente comunicación:

“El Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid quiere informar a la opinión pública en general y a los medios de comunicación en particular, que la emisión de imágenes a través de cualquier medio puede provocar situaciones de crisis entre las víctimas relacionadas con el atentado del 11 de marzo en Madrid. Por ello, quiere solicitar encarecidamente a los medios de comunicación españoles su colaboración para que no emitan este tipo de imágenes”

                                                                                              Madrid, 8 de julio de 2005


            Y cada año, en el aniversario de este deleznable atentado, nos encontramos con la misma cantinela, amparándose en “la defensa de la verdad”, como si demostrar que unos u otros llevan razón, va a mitigar el dolor por la pérdida de un ser querido, o nos va a llevar a recuperar el oído que perdimos por el ruido de la explosión. Pedimos, por tanto, que usen su cabeza para variar y tengan en cuenta el interés de las personas que lo sufrieron y no los intereses propios o del periodista o político de turno, que se dedican a explotar la irracionalidad humana.

            Para que no ocurra nunca más.

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