martes, 14 de febrero de 2012

APRENDER A CRECER

            Debe ser por el cambio de gobierno pero llevamos dos semanas cargadas de noticias que nos afectan directamente. Se han aprobado dos leyes importantes: la reestructuración del sistema financiero y la “reforma” laboral. En Grecia han autorizado más recortes para que la ayuda económica llegue en forma de tercer, cuarto o enésimo rescate y los economistas liberales atacan al resto de escuelas en su materia para, en realidad, defender unas medidas que no nos sacan de la crisis. Unos piensan que se debe reducir la deuda, que es una prioridad, y otros creen que se debe fortalecer el crecimiento económico como sea. De hecho, en España sólo se crea empleo cuando el PIB crece por encima del 2.5%, algo de lo que estamos bastante lejos.

            Conceptos como Producto Interior Bruto, inflación o Índice de Precios al Consumo, demanda agregada y otros más, nos quedan bastante lejos. Por suerte, no todo el mundo se dedica a la macroeconomía y existen zapateros, panaderos, médicos, sacerdotes, escritores, carpinteros, dentistas, electricistas, fontaneros, albañiles, profesores, agricultores, investigadores, camareros…

            Y en realidad, esta es la esencia de las cosas. En la Edad Media, uno aspiraba a dos cosas: no morirse y tener una profesión. Si entrabas en un gremio, ya era un triunfo. Si no, trabajar la tierra del señor de turno y llevarse algo a la boca cada noche. Uno se preocupaba en no ofender a Dios, cumplir con los sagrados mandamientos y trabajar. Sólo trabajar.

            En la época de Karl Marx, una persona que iba a la fábrica, acompañado por la familia que también trabajaba en la fábrica, no tenía tiempo para pensar en la felicidad, en el amor o en el desarrollo personal. Sólo en ganar lo suficiente para comer él y los suyos y que su mujer no muriese en el próximo parto.

            Hasta no hace mucho tiempo, nuestros padres se conformaban con un trabajo fijo durante toda su vida y ganar lo suficiente para mantener a sus familias. Más o menos, nuestros antepasados tenían claro cómo iba a trascurrir su vida.

            Sin embargo, nosotros disponemos de múltiples elecciones. Y puede parecer que eso es bueno. Pero los psicólogos cognitivos nos advierten: la capacidad de elegir nos hace más infelices.

            Varios son los síntomas de la sociedad moderna:

-        Falta de concentración. El uso de búsquedas en Internet, las redes sociales y otras herramientas tecnológicas nos vuelve superficiales y despistados, y entorpece los procesos de pensamiento crítico.

-       Ausencia de un proyecto vital. El éxito se mide por el número de amigos en Facebook y no por el logro consciente y esforzado de metas.

-       Exceso de prisas. Todo corre más deprisa. Queremos que “lo que nos apetece” se haga ya. Ahora, como tengamos nosotros que realizar algo, ya nos tomaremos nuestro tiempo.

-       Exceso de información. Somos capaces de “enterarnos” cómo va el mundo con un solo “click”. Ahora bien, ¿Saben ustedes que el uso de Smartphones genera ansiedad por ausencia de reforzamiento?

-        Sobrepeso relacional. Hemos evolucionado en clanes y familias. En los noventa, los científicos sociales decían que podíamos llegar a conocer a unas 800 personas. Y ahora tenemos Facebook, Twitter y no se cuántas redes sociales más.

-        Trabajos no productivos. Existen tanta cantidad de “jefes”, es decir, mandos intermedios, que las empresas no pueden ganar dinero suficiente para pagarlos. Y en realidad son “arreadores”. Se dedican a controlar a los “subordinados”. Pero ¿producir?, lo único que producen es gasto.

-        Pobreza ética. Pregúntenle a sus hijos que cuáles son sus valores. O si saben la importancia de tener reglas. ¿Ni idea, verdad? ¿Les suena a chino?

-        Falta de profesionalidad. Entendida como responsabilidad. Hacemos lo que nos da la gana sin asumir las consecuencias de nuestros actos.

-        Motivación basada en lo material o pobre motivación intrínseca. ¿Cuántas personas pueden decir que se dedican a lo que siempre han querido? Pocas. El valor de un trabajo se mide por el salario asignado. La única regla es tanto tienes, tanto vales, por eso un trabajo de 120.000 euros al año es mejor que uno de 30.000. Aunque ni veas a tu mujer (te da igual. No la soportas), a tus hijos, (te da igual. No se van a ir de casa. Ya tendrás tiempo para verlos) o a tu perro (te da igual. De hecho, no te has enterado que nunca has tenido perro).

-        Comunicación infantil. ¿Han oído hablar de la palabra nagging? No. Es cuando tu mujer está detrás de ti con “haz la cama”, “hay que recoger la ropa”, “llama a fulano” “tienes que…”. No buscar las palabras apropiadas, no usar los tonos de voz, soltar las cosas según vienen a la cabeza… El “nagging” suele minar la cordialidad de las relaciones y las mata poco a poco, pero la comunicación superficial… puede generar males mayores a los de las siete plagas.

            Autonomía, dominio, fines. Autonomía, dominio, fines. Autonomía, Dominio y fines. No nos cansamos de repetirlo una vez más. Las palabras mágicas son Autonomía, Dominio y Fines.

            Autonomía es autogestión. Es decidir la tarea que uno va a hacer, el tiempo que le va a dedicar, con que técnica y con qué equipo. El Dominio es mejorar en un área de la vida hasta ser un experto mundial en se área. El dominio es comprometerse: querer mejorar y perfeccionar en algo que importa. El desafío intelectual – querer aprender  dominar algo nuevo – es el mejor vaticinador de la productividad. Y fines: las metas y los objetivos son los que dan un marco de referencia a nuestra vida. Sin ellos, somos pollos corriendo sin cabeza.

            Piensen un momento: ¿Su trabajo lo puede hacer alguien por menos dinero del que cobra usted? ¿Su trabajo lo puede hacer más rápido un ordenador?  y ¿hay poca demanda para lo que usted hace? Si puede responder sí a las tres, cambie de trabajo. Se va ir al paro. Si puede contestar sí a una o dos, piense en un nuevo desarrollo profesional. Aprenda a crecer sobre la autonomía, el dominio y los fines. Eso es saber crecer. Prossem le enseña las herramientas.

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