Las últimas semanas hemos tratado
de ver qué sabemos de nosotros mismos y cómo podemos conocernos. Para ello, nos
hemos servido de diferentes pensadores, a lo largo de la historia, que nos han
servido de guías.
Iniciamos el viaje con Sócrates,
que nos enseño que la auténtica sabiduría consiste en conocerse, en argumentar
aquello que sabemos, y la necesidad de la conversación con otros y de las
preguntas adecuadas para alcanzar el verdadero conocimiento. Descartes nos
mostró como, a través del pensamiento, de la introspección, podemos lograr
cotas de conocimiento claras y distintas, que el pensamiento es lo único que
importa. Con Gilbert Ryle pusimos nuestra atención en las disposiciones, es
decir, en las tendencias a comportarnos de una manera concreta bajo unas circunstancias
específicas. Freud nos señaló el camino del inconsciente, de los deseos ocultos
y Wilson nos mostró que ese inconsciente nos mantiene vivos, sanos y tiene su
propio sistema inmunológico, que nos hace ver lo que queremos y no la realidad
tal cual es. Por último, con Antonio Damasio hemos aprendido que el cerebro es
importante, que el cuerpo y las emociones son las que marcan cómo somos y cómo
nos comportamos.
En el conocimiento de nosotros
mismos, existen muchos más focos a los que podríamos prestar atención. La
historia de la filosofía nos permitiría nadar en las ideas de Aristóteles, de
la definición de persona de Locke, de volver sobre las preguntas adecuadas
siguiendo a Arendt, pero nuestra última parada es preguntarnos qué sucedería si
no existiese el yo mismo.
Lo primero que le sorprendió a
Herrigel cuando quiso aprender el arte japonés del tiro con arco, fue
precisamente que pensaba demasiado. Mientras él era incapaz de disparar con el
arco de bambú, mucho menos de acertar con la diana, su maestro le indicaba que
se centrase en su respiración, que no hiciese fuerza, que no pensase. Herrigel,
alemán, no podía entender cómo un anciano podía disparar el arco apenas sin
esfuerzo y el ni lo doblaba para colocar la flecha. El problema; pensaba
demasiado, no sentía, no repetía la tarea, no se concentraba.
Es lo que descubrió Erich Fromm.
En su arte de amar, al hablar de la
práctica del arte de amar, habla de disciplina, de concentración. Y pone un
ejemplo: fumar. Fumar indica una falta de atención, porque ocupa nariz, boca,
ojos y tacto. Es un síntoma de estar distraído. A no ser que fumar sea la
actividad que queremos hacer en ese momento y sólo esa actividad… Pero no, la
mayoría fumamos para reducir la ansiedad, para ocupar nuestras manos cuando no
sabemos dónde ponerlas o nuestra boca cuando no sabemos qué decir. De nuevo, si
en el tiro con arco lo importante era la acción en sí misma, estar presente, en
el amor, sucede lo mismo. Sin la presencia en cada momento, el amor se
estropea, pierde su novedad, se rutiniza.
Gracias a los trabajos de Eugen
Herrigel y de Erich Fromm, hemos conocido el Budismo en occidente. A ellos se
les sumaron otros escritores, desde diversos puntos de vista. Mark Siderits ha
estudiado el Budismo como filosofía, Tiene los mismos ingredientes que
cualquier religión: un premio o más allá, en este caso la reencarnación a
través del Karma, tiene una ética, tiene una serie de prácticas comunes a todas
las escuelas, una epistemología – una teoría sobre qué sabemos y cómo – una
cosmología – una teoría del mundo- pero no tiene un dios concreto, aunque nació
del hinduismo donde sí tienen varios dioses.
Sin embargo, para el budismo, el self, el yo mismo, es tan sólo un
conjunto de pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos. Y pensar demasiado implica mucho esfuerzo,
demasiado, sin que lleve a lograr ningún objetivo. De hecho, el centro del
budismo es la práctica, práctica y sólo la práctica de la meditación, de la
conciencia plena. Así trata de enseñar las Nobles Verdades y el Óctuple Sendero
el monje y escritos Budista Thich Nhat Hanh; no se trata de conocernos. De
hecho, da igual. Se trata de ser concientes a cada momento de lo que hacemos,
para conocer las fuentes de sufrimiento y superarlas, para actuar en consonancia. No hay yo mismo,
hay inter-ser, todo conectado con
todo.
Los budistas ponen el acento en
la práctica de la meditación, de la atención plena a aquello que hacemos.
¿Podemos olvidarnos de nosotros mismos y concentrarnos cada día? Un Síntoma de
que una terapia está acabando y ha ido bien, es que el paciente deja de hablar
de sí mismo… Es posible que tengamos que pasar del “conocernos a nosotros
mismos” al “no nosotros mismos”. Pero, ¿quién Sabe? Y exista o no, ¿Cómo
podemos trasformarnos a nosotros mismos?... El budismo propone la meditación,
el mindfulness como camino. Andemos conscientemente.
El ejercicio de la semana.
Proponemos una pequeña meditación esta semana, para ponernos en contacto con el Budismo. Es la meditación del Bambú. Consiste en inhalar despacio, el aire que podamos, al mismo tiempo que imaginamos que llenamos un bambú con ese aire. Después exhalamos, echamos el aire, en segmentos, como los del bambú, en tres, o cuatro veces, mientras imaginamos que se vacía el bambú según los trozos que tenga. Cinco minutos cada día...
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