jueves, 20 de diciembre de 2012

LAS CONSECUENCIAS.


            Hemos dedicado dos semanas a autoconocernos, a cómo mejorar las historias que nos contamos a nosotros mismos. Y podemos llegar a preguntarnos, ¿tan importante es? Conocer cómo funciona nuestra mente nos permite prevenir errores, a veces, graves.

            Permitidnos contaros un caso, que hemos enlazado en nuestro boletín de noticias que enviamos cada quincena. En 1982, el vuelo 90 de Air Florida se estrelló contra un puente sobre el río Potomac. Fallecieron 74 personas y sobrevivieron 5. ¿Qué tiene que ver este horrible hecho con la psicología, con conocerse a sí mismo? El biólogo Robert Trivers analizó las conversaciones de la caja negra desde la perspectiva del autoengaño. Resulta que hacía demasiado frío y el avión, sus motores, estaban congelados. Se siguió un protocolo de deshielo, que no fue suficiente, dado que la nave tuvo problemas para salir a pista. Los pilotos decidieron maniobrar cerca de un DC9 – otro avión – con la ilusión que el calor de sus motores desharía el hielo de los del boeing del vuelo 90. Los gases derritieron la nieve de las alas, pero al alcanzar altura de vuelo, se congelaron. El capitán fue avisado por su segundo, los datos de las pantallas de control no correspondían con la realidad, pero decidieron seguir el vuelo. Al congelamiento de los motores contribuyó el retraso en tierra para despegar. El coste de una creencia irracional, de la inexperiencia de vuelo en las condiciones meteorológicas y de no escuchar a la tripulación fue demasiado alto. Dado que un autoengaño es una idea errónea de la realidad, una realidad de ficción, tiene altos costes sociales. Además del vuelo 90, el proceso mental ocurrió con el Challenger, ocurre en Guerras, como está ocurriendo en Siria, el mantenimiento de regímenes políticos no democráticos o la captación de personas en grandes sectas.

         Sin embargo en nuestra vida diaria tampoco podemos escapar del autoengaño. Algunas personas se encierran en una relación sentimental sabiendo que son maltratadas o que esta relación no les lleva a realizarse. Por un lado declaramos unos deseos y unos intereses, pero luego nuestro comportamiento va por otro lado. Y es que desgraciadamente, nuestra voluntad es más inconsciente de lo que nos gustaría creer. Nos enamoramos de nuestras ideas y aunque los hechos se empeñen en demostrar lo contrario, los doblamos para que coincidan con nuestro pensamiento. Y nuestro pensamiento es a posteriori. Cuando somos conscientes de lo que pensamos,  nuestro cerebro ha realizado miles de tareas, ha tomado miles de decisiones.

            Estamos convencidos, pero equivocados. Percibimos los sucesos aleatorios como si fueran causa- efecto (lo que da pie a teorías conspirativas como las del 11-M),  interpretamos mal los datos incompletos o damos valor a los que no son representativos. Por ejemplo, el precio de los pisos en la burbuja. Todo el mundo compraba barato y vendía caro y, en realidad, no había estudios sistemáticos sobre la evolución de precios. Nos basábamos en las opiniones de los que conocíamos. Como daba igual porque se vendía todo tarde o temprano, nadie se paró a analizar el fenómeno de los precios en España. Lo hemos hecho después, en medio de la crisis. Y nos ha salido caro. Demasiado. Los datos ambiguos o inconsistentes los doblamos para que confirmen lo que queremos. Otro ejemplo. ¿Les suenan los brotes verdes o “a finales del año que viene empezaremos a recuperarnos?

            Vemos lo que queremos ver, nos creemos lo que nos dicen o nos cuentan mucho más que analizar los datos y ajustamos nuestros comportamientos a lo que los demás esperan. En España existe una cadena de supermercados, que no gasta mucho dinero en publicidad, en televisión, que ha crecido a una velocidad impresionante. Parece un banco, tienen una sucursal en cada barrio. Su comunicación constante ha sido el buen trato a los empleados, precios bajos, inversión dentro del propio país… y ese discurso, esa historia, ha sido eficaz. Hoy día, todos compramos en esa cadena, al menos en las grandes ciudades. Sólo le ha hecho falta contarnos un par de buenas historias.

            Esta semana proponemos un ejercicio. ¿Cuál ha sido la última vez que he intentado justificar mi punto de vista en una discusión? ¿En qué datos me baso para juzgar algo o a alguien? y sobre todo ¿qué es lo que deseo? ¿Cuáles son mis intereses? ¿Está la balanza entre deseos y obligaciones equilibrada en mi vida?

            Por último, desearles a todos que pasen unas Felices Fiestas.

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