Dan Ariely ha publicado un libro
dedicado al estudio del engaño y el autoengaño desde el punto de vista de la Economía Conductual.
El libro comienza haciendo una mención al caso Enron. Para recordarlo, Enron
era la super empresa, modelo de cómo gestionar, de dónde invertir y sobre todo,
modelo de contabilidad… creativa. Los mejores analistas recomendaban invertir
en la empresa número uno, con mayor capitalización que Apple o General Motors.
Un día, resultó que sólo había pérdidas y deudas y los planes de pensiones de
los trabajadores habían quebrado. Ha sido el mayor fraude empresarial de la
historia. Y arrastró a su desaparición a la empresa que auditaba las cuentas,
Arthur Andersen, una de las cinco grandes ¿Nadie se dio cuenta desde 1996 hasta
2001? ¿Tampoco Citibank o JP Morgan Chase, que quedaron “pillados” con 23 mil
millones de dólares? Sólo un periodista
se dio cuenta que algo pasaba. En 2002 todo el mundo sabía que Enron, la mayor
empresa energética del mundo, la más innovadora según Financial Times de 1996 a 2000, caería.
El oráculo de Delfos decía:
“conócete a ti mismo”. Y va a ser que no. Que no es tan fácil. La neurología
nos confirma que la variabilidad interna del cerebro es mayor que la
variabilidad entre dos cerebros distintos.
No somos conscientes de nuestros
procesos mentales. Daniel Kahneman distingue entre el sistema 1,
racional, lento, que ocupa recursos, y el sistema 2, automático, rápido
y eficaz. Pero, a veces, este sistema 2 comete errores de bulto. En estas
líneas hemos comentado los sesgos mentales.
El autoengaño se ha estudiado en
biología y psicología evolucionista. Robert Trivers aplica su teoría para
explicar, en un accidente aéreo, la ceguera de los pilotos en la toma de
decisiones. Steven Pinker dedica un apartado
entero en “Cómo funciona la mente”.
Daniel Gilbert, en “Tropezarse con la
felicidad”, nos cuenta como la racionalización es el mecanismo ideal para
autoengañarnos. Siempre buscamos explicaciones a nuestro comportamiento, al de
los demás… La filosofía, el psicoanálisis, la psicología cognitiva… todos
tienen una teoría sobre el autoconocimiento. De hecho, existen trabajos brillantes como “Strangers to ourselves” de Timothy Wilson
(2002), “The new unconscious” editado por Ran Hassin,
James Uleman y Jonh Bargh (2005) y “The Illusion of conscious will” de Daniel
Wegner (2002). Todos estos trabajos coinciden en
resaltar que el inconsciente es importante, lo más importante, de nuestra vida
mental, pero no es tan listo como Freud pensaba: es irracional, está
profundamente influido por los objetivos evolutivos (supervivencia y
reproducción), determina nuestro comportamiento más de lo que quisiéramos
reconocer y sobre todo, es muy difícil de conocer.
¿Cómo nos conocemos? Nos contamos
historias. Las personas hablamos de nosotros mismos, construimos una narración
acerca de nuestro pasado, presente y futuro. La función principal de estas
historias es generar una imagen de sí mismo coherente y estable en el tiempo,
pero no tienen por qué coincidir con la realidad. De hecho, hagan la prueba.
Graben una conversación e intenten recordar quién dijo qué, pasada una semana.
Verán que los recuerdos no son tan exactos como pensamos. Y para
autoconocernos, también nos contamos la historia de nuestra vida a nosotros
mismos. Una buena terapia consiste,
muchas veces, en lograr mejores narraciones para afrontar los problemas
personales.
La base de la pobreza en el
autoconocimiento es que los juicios, los intereses, los motivos y los sentimientos ocurren fuera de nuestra
mente consciente. Cuando los hacemos conscientes, los estamos modificando,
evaluando y los adaptamos a nuestros valores declarados.
Y ¿Cómo nos afecta a nuestra vida
diaria? Un ejemplo. JFK ganó las elecciones a la presidencia de los Estados
Unidos después de un debate televisivo. Su presencia física, su tono de voz, y
su saber estar hicieron que muchas personas le votasen.
Un efecto del autoengaño al servicio
del engaño es el uso de maquillajes y cremas. Su función es resaltar la
belleza, generando la percepción de un mayor grosor de los labios o los ojos
más grandes (elementos vinculados a percibir a una mujer como más joven, y por
tanto más atractiva). Pues bien, pocas
veces nos dicen que se maquillan para tal fin, sino que lo hacen para “sentirse
bien”. Una consecuencia de esto es que el 45% de los anuncios de televisión van
dirigidos al consumo de cremas hidratantes, anti envejecimiento, brillo de
labios, alargadores de pestañas…
Hay casos más complicados de ver:
una discusión de pareja porque tu dijiste o yo dije y que recordamos
perfectamente, un divorcio porque la persona con la que estoy no es lo que
esperaba cuando éramos novios, trabajar horas extra para sentirnos
imprescindibles o creer que un maltratador va a cambiar por sí solo.
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